Entre los siglos XVII y XIX, la ciudad de Lima, dice
Marcel Velázquez, fue objeto de diversas representaciones que comportaron toda
una codificación ideal de las prácticas y las relaciones efectivas desplegadas
por sus habitantes. En aquel extenso periodo —donde la liturgia barroca abre
espacio al racionalismo de la Ilustración que prepara el triunfo de la
mentalidad civilizatoria, indesligable de la consolidación del modelo de
mercado—, las élites ponen en circulación textos e imágenes coherentes, a
menudo de modo explícito, con los fines de la dominación y el control social. La mirada de los gallinazos revela la eficacia, pero también las
fisuras, de tales operaciones discursivas mediante un procedimiento en sí mismo
contestatario, pues emplea como base teórica escritos olvidados o
académicamente marginales, para llegar a síntesis inesperadas acerca de la
forma en que, a instancias del poder, Lima se ha procurado o ha fingido
procurarse una imagen válida.
La mirada de los gallinazos. Cuerpo, fiesta y mercancía en el imaginario sobre Lima (1640-1895) de Marcel Velázquez Castro, última publicación
del Fondo Editorial del Congreso, será
presentado el jueves 27 de junio a las 7:00 p.m. en el Auditorio del Instituto Raúl Porras Barrenechea
(calle Colina 398, Miraflores). El escritor Juan Manuel Chávez y el profesor Rubén Quiroz comentarán la obra.
Las fuentes estudiadas por Velázquez
son muy heterogéneas y combinan lo alto y lo bajo, reflejando de algún modo el
destino de las simbolizaciones sobre Lima, tenaces en recrear aquello mismo que
intentan desterrar, sea el cuerpo, el desborde, la mezcla; están presentes la
Biblia, los informes de funcionarios reales, el Mercurio Peruano, la novela
romántica, pero asimismo la novela de folletín, los reglamentos de policía, los
avisos publicitarios, las estadísticas de venta de licor, las crónicas en que
se denuesta a los travestidos. Velázquez coloca esa multiplicidad bajo una
dirección, a saber, descubrir la disociación entre la representación y el
“proceso material-social” en el cual se inscribe, donde el lenguaje nunca es
plenamente coextensivo y contemporáneo de sus propios enunciados. El autor hace
manifiesto que los discursos sobre Lima han portado una cuota mayor de pasado
de la que reconocían, o inversamente han sido ciegos a los cambios que hacían
del presente una entidad distinta, o bien han constituido universos imaginarios
para los cuales la sociedad solo estaba lista en parte, o, por último, llevaban
consigo las condiciones de las que hacían escarnio. El desfase, sin embargo, ha
estado muy lejos de ser estéril. Así como las construcciones simbólicas han
sido producto, aunque deformado, del tiempo vivo, también han tenido el poder,
advierte Velázquez, de afectar el flujo histórico real a través de las lecturas
ideales y la falsa conciencia.
Hay aquí una crítica de la
representación propiamente epistemológica y es la habilidad de Marcel Velázquez
conducirla a demostrar las aporías de las imágenes con que el poder retrató la
Lima colonial y republicana. Encontramos, entonces, en el mundo barroco una
voluntad de mantener la separación de castas e impedir la movilidad social al
mismo tiempo que su aparato religioso-ceremonial, y aun su legislación y su
economía, facilitaba el intercambio entre sus miembros. En el mismo sentido,
descubrimos que el discurso civilizatorio traicionó desde el arranque el
proyecto de una ciudadanía letrada cuando, preso de una mirada estamental, no
pudo reconocer como parte de ella a los indios y negros. Es lo que sucede, a su
vez, con los sueños de una Lima plenamente acoplada a la lógica del capital,
frustrados por la evidencia de valores tradicionales y estereotipos sociales
heredados de la Colonia, donde, a pesar de todo, ya es posible anticipar cómo
el deseo se va desplazando del cuerpo a la mercancía en la imagen de la tapada.
En un pase magistral, Velázquez
acude a las figuras de Ricardo Palma y Manuel González Prada, nuestros
escritores próceres, para ilustrar estos equívocos. El primero, afirma el
estudioso, fijó el ser nacional en el élan criollo-limeño y ancló nuestro
tiempo simbólico en los confines del Virreinato, como si la experiencia de la
modernización no hubiera acontecido; el segundo, furibundo contra los rezagos
coloniales, no pudo identificar los gérmenes democráticos ocultos en una
modernidad todavía hoy incompleta, mientras delegaba a un indio abstracto la
redención moral del país. Cada uno, a su modo, contribuyó a ampliar un
repertorio de significaciones que desde la fundación de la ciudad postularon
utopías para las que no existía un individuo a la vez que personajes para los
que ya no existía un mundo.
(FEC)
Aquí pueden leer un adelanto del libro de Marcel Velázquez, que corresponde al Capítulo IV, "Biotecnologías letradas y cuerpos urbanos descontrolados"
ResponderEliminarhttp://bit.ly/ZZ9Eno
Gracias por compartir
ResponderEliminar