lunes, 12 de septiembre de 2011

Una lectura del poemario Naturaleza Viva, por Juan Carlos Làzaro



DESPUÉS DEL CAOS, EL AMOR
Rosina Valcárcel y la poesía escrita por mujeres en el Perú*



Por Juan Carlos Lázaro

Los poemas que integran Naturaleza viva (1), de Rosina Valcárcel, fueron escritos a lo largo de la última década, a manera de quien hilvana un diario personal, forma como muchos poetas escriben sus poemas y sus libros, es decir registrando en versos el impacto de las experiencias de cada día, incluidas las emociones, los sueños, las fantasías. De ahí su alto componente de cotidianidad, con personajes y escenarios propios del entorno personal de la autora. A manera de anécdota puedo referir que conforme surgían estos poemas, Rosina me los alcanzaba mediante el correo electrónico o directamente, en unas hojitas que ella misma caligrafiaba y a las cuales adornaba con dibujos, lemas o dedicatorias, hasta configurar unos objetos muy simpáticos y divertidos, muchos de los cuales conservo todavía. El propósito era que luego ambos comentáramos estos poemas como un ejercicio mutuo de reflexión sobre el arte de la poesía. En este ejercicio fui observando el notable giro y esplendor que adquiría su trabajo con las palabras, inaugurando una nueva etapa en su proceso creativo.

Ahora bien, a propósito de la publicación de Naturaleza Viva cabe preguntarse: ¿qué lugar ocupa la obra de Rosina Valcárcel en el curso de la poesía escrita por mujeres en el Perú?

En el primer momento de la literatura peruana en tanto experiencia autónoma, con identidad propia -que corresponde a la etapa del modernismo-, no aparecen nombres de mujeres. En este momento los nombres paradigmáticos son los de Manuel González Prada, José Santos Chocano, José María Eguren, Abraham Valdelomar, entre otros. Solo hay nombres de varones. Así se cierra el siglo XIX y se inaugura el nuevo siglo. La mujer hace su ingreso en la poesía peruana con Magda Portal, en los años 20, en el cuadro de la Generación del Centenario, a la cual también pertenece César Vallejo. En su hermoso y revelador ensayo sobre “El proceso de la literatura”, Mariátegui incluye a Magda Portal como un valor-signo de la literatura peruana. “Con su advenimiento le ha nacido al Perú su primera poetisa”, dice. Y añade que hasta entonces el Perú sólo había tenido mujeres de letras, de las cuales una que otra con temperamento artístico o más específicamente literario, “pero no propiamente una poetisa”. Sin embargo, la de Magda, en aquel tiempo, será una voz casi solitaria. Años después surgirá también Catalina Recavarren, aunque sin la contundencia ni el brillo de la primera.

En los años 30 -años de oscurantismo, de persecución política y dictaduras militares en el Perú- aparecen solo dos poetas mujeres: Esther M. Allison y Nelly Fonseca Recavarren. El de Nelly es un caso muy especial. Es una mujer postrada en una silla de ruedas que escribe poemas de amor a una adolescente y que los firma con el nombre de un hombre: Carlos Alberto Fonseca. Sin reclamarse una militante del socialismo, también escribirá poesía de protesta social, de identificación con la clase trabajadora y de enérgica crítica al sistema capitalista.

En los años 40 no sucede nada o sucede muy poco en el campo de la creación poética, lo que indica el clima de represión social que se vivía en el Perú. Pero en la década del 50, sin duda la más fecunda literariamente del siglo XX, surgirán nuevos nombres de poetas mujeres como Rosa Cerna Guardia, Sarina Helfgott, Lola Thorne, Cecilia Bustamante, Julia Ferrer y Blanca Varela. Esta última, que con el tiempo adquirirá enorme relevancia, publica su primer libro,Ese puerto existe, en México, con prólogo de Octavio Paz, en el último año de la década, o sea en 1959.

Estas voces de mujeres se afirmarán en los años 60 con nuevos títulos de poesía, en tanto surgen otras poetas como Yolanda Wesphalen, Carmen Luz Bejarano, Elvira Ordóñez y Gladys Basagoitia, entre las más notables.

A pesar de este esfuerzo de las poetas por sentar presencia en el cada vez más rico panorama de la poesía peruana, en los estudios y sobre todo en las antologías de esos años casi no se registran sus voces, sino que apenas se cita ocasionalmente a una u otra de ellas, generalmente a Cecilia Bustamante o a Blanca Varela. Esta tan limitada consideración tiene más de gesto, de saludo a la bandera que de verdadero reconocimiento. Puede resultar muy duro decirlo, porque va en desmedro de los autores de esas antologías, pero lo cierto es que se produjo un caso de discriminación poética por no hablar de ceguera crítica. Entre 50 ó más poetas varones, solo se considera a una mujer. No se puede decir que se les dejó de lado por falta de calidad o nivel literario. La recuperación de sus obras, realizada mucho tiempo después por el investigador y poeta colombiano Alfredo Ocampo Zamorano (2), indicará claramente que su nivel poético, además de original, iba parejo al de muchos de sus colegas varones.

Sin embargo, en los años 70 se produce el punto de quiebre. En este periodo la poesía escrita por mujeres irrumpe en la poesía peruana con enorme vehemencia y con múltiples voces. Pero lo más importante es que inaugura un nuevo discurso. Si hasta entonces su poesía se había caracterizado en su mayor parte por su lirismo intimista, existencial, desgarrado por la experiencia de la soledad, en los 70 tendrá como objeto principal su propio cuerpo, su sexualidad. Ese cuerpo negado, atado y sometido por una sociedad machista, autoritaria, de falsos valores morales y religiosos solo consagrados por la hipocresía política y social, empieza a revelarse, a decir su verdad, a liberarse. El paradigma de este periodo es María Emilia Cornejo, la autora de ese poema emblemático que empieza diciendo “Soy la muchacha mala de la historia”. Desde entonces la poesía escrita por mujeres en el Perú cumplirá un papel protagónico en nuestro proceso literario y será el acontecimiento poético peruano más importante al cierre del siglo XX.

Rosina Valcárcel es una figura de primera línea en el proceso de la poesía escrita por mujeres en el Perú. Se inició en la poesía muy temprano y lo hizo con un poemario de fina emoción lírica titulado Sendas del bosque, de 1966, cuando aún no llegaba a los 20 años. En estos versos es evidente la influencia de Javier Heraud -del Heraud de El río y de Estación reunida-, cuyo lirismo entretejía sus metáforas inspiradas por los elementos de la naturaleza y los enigmas del paso del tiempo. Por esta época integra el grupo Piélago que surge en las aulas de la universidad de San Marcos. Sigue estudios de antropología animada por José María Arguedas y, en el fragor de las luchas estudiantiles y el ejercicio poético, lanza la revista Kachkanirajmi, la primera tribuna o el primer muestrario de lo que sería después la Generación del 70. Precisamente esta generación -la del 70, atrabiliaria y rebelde- le ofrecerá el clima adecuado para su labor de poeta identificada con la protesta social y la causa del socialismo.

Después de una larga etapa de poesía militante, registrada en títulos como Una mujer canta en medio del caos o Loca como las aves, con el nuevo siglo Rosina hará un alto en el camino para realizar el balance necesario de su experiencia de vida. Naturaleza viva, el título que nos convoca a la celebración esta noche, es la primera entrega de esta etapa. Apreciado como conjunto, el libro sintetiza la tradición poética representada por las mujeres anteriores a su generación y la nueva vertiente que aparece en los años 70. Es poesía amorosa, pero del amor de los sentidos, como la de Cavafis. El título es un homenaje a Frida Kahlo, la amante irrestrictamente libre, a quien ni un cuerpo quebrado, mutilado y postrado le impidió entregarse al frenesí del amor carnal. Por esto la naturaleza viva es ella misma, la mujer que vive para sus amantes y por sus amantes, aún los que partieron o se perdieron en el camino y a quienes dedica el réquiem del adiós con la tierna nostalgia de un alma grande. Formalmente, no obstante el tono coloquial de algunos de sus poemas, Naturaleza viva es en muchos momentos poesía esencial, es decir, poesía despojada de toda retórica, cifrada en versos concisos, exactos, de gran musicalidad. Sus recursos metafóricos logran sorprendente resultados. No voy a transcribir aquí ninguno de sus poemas, pero sí citaré al azar algunas de sus metáforas para corroborar mi apreciación:

“Los amores desaparecen en el cielo”; “Dejo agonizar mis manos de azufre sobre esta ciudad”; “Mi poeta con ojos de jaguar dormido / ya no aguarda más mi llegada”; “El amor se gasta entre timbales”; “La tarde abre su puerta / mientras tocas saxofón sin calcular una palabra”; “La tarde azafrán y no gris”; “Tus pasos de humo me confunden”; “La lluvia tibia posee las manos pardas / y el corazón desnudo es una navaja”…

No recuerdo bien si fue Ramón Gómez de la Serna o Jorge Luis Borges, quien enseñó que la medida de un poema lo da de la calidad de sus metáforas. Si esa es la medida, y considerando las maravillosas metáforas con las que están escritos estos poemas, creo que no nos queda sino reconocer que con Naturaleza viva Rosina Valcárcel nos entrega un libro de alta poesía. (Fin)








NOTAS
*Palabras de presentación de Naturaleza viva, libro de poemas de Rosina Valcárcel, en acto realizado en el auditorio del Instituto Raúl Porras Barrenechea, en Lima, el 7 de setiembre de 2011.
(1) Rosina Valcárcel, Naturaleza viva. Lima, 2011.
(2) Alfredo Ocampo Zamorano, Akray paikuna: quince poetas mayores del Perú. Lima, 2005.


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