(Diario “ABC” de Madrid, 7 de noviembre de 1948 p. 3 y 5)*
Don
Raúl Porras Barrenechea, embajador del Perú en España, tiene cincuenta y un
años de edad; es soltero, catedrático, diplomático profesional, asesor técnico
del ministerio de Relaciones Exteriores de Lima, historiador, periodista. Uno
de los intelectuales hispano-americanos que asiduamente dan allí la batalla
dialéctica por la cultura y las tradiciones españolas. Uno de los
investigadores que más hondo han calado en la historia de la conquista y colonización
del Perú y que más han coadyuvado a rehabilitar documentalmente,
irrefragablemente, la obra de España y de los españoles. Hombre de baja estatura
y algo rehecho; facciones delicadas y tez rosada; ojos zarcos, leales,
bulliciosos. Su sonrisa, que es perpetua y variada y sirve de apoyatura a su
discurso, a la manera de esos signos ortográficos—una virgulilla, una
diéresis—que cambian el valor prosódico de las palabras o los diptongos..., su
sonrisa y la frente elevada, noble y tersa dejan una impresión imborrable de
serenidad, contentamiento y franqueza. El timbre de su voz es mate, leve,
confidencial.
—¿No
es usted algo nórdico, algo de eso que llamaban "ario"?—le pregunto.
—Sí,
algo... Un chozno mío se casó en Madrid con una doña Benita Orbaneja Macdonald
—-.¿Chozno?—le
pregunto—. ¿Qué quiere usted decir?
—Llamamos
en Lima "chozno" al padre del tatarabuelo. Es palabra muy común.
—Pues
yo recuerdo que Guevara (en el "Reloj de Príncipes"—si no me es
infiel la memoria—) habla de nietos, de biznietos y de choznos. Y Tirso y
Quevedo... Y chozno, entre nosotros, no es el quinto ascendiente, sino el
quinto descendiente, el último pimpollo, el hijo del tataranieto.
¡Qué
curioso!
Fulgura
la mirada leal e inteligente del embajador peruano, y, al cabo de un amable
coloquio erudito, prosigue, a instancias mías:
—Esa
señora Orbaneja y Macdonald pertenecía a una noble familia de Escocía que
prefirió abandonar el país a jurar acatamiento a un Rey que no fuese católico.
—Acaso
con Jacobo II, el antecesor del duque de Alba...
—Sí,
eso es... Pero, en realidad mi alcurnia es española. Los Porras de mi familia
proceden de Sevilla, y aparecieron en el siglo XVIII en el Perú. Tengo
antepasados riojanos y vascos. Los Barrenechea vienen de Elgóibar, en cuya
iglesia he visto las partidas de nacimiento de todos mis antecesores de esa
línea. Un Barrenechea y Churruca estuvo en Buenos Aires a fines del siglo
XVIII.
—Tiene
usted buena dicción castellana.
¿Ha
estado usted muchas veces en España?
—Muchas
veces, y mucho tiempo... Pero yo creo que ceceamos bastante... Es el acento de
Lima, que, por cierto, se parece al de algunas regiones andaluzas. Recorriendo
los pueblos españoles me he encontrado a menudo con gente que me decía:
"Habla usted muy bien el español, pero se nota que no es usted de
España."
¡Qué
placer estar de nuevo en España!
Tengo
aquí tantos y tan buenos amigos...
Recuerdo
con viva simpatía las horas de estudio pasadas en el viejo local de la calle de
León en la Academia de la Historia, al lado de tan eminente historiador como
don Antonio Ballesteros o en el Archivo de Indias bajo la hospitalaria
gentileza de don Cristóbal Bermúdez Plata, los días gratísimos del Congreso de
Americanistas de Sevilla prestigiado por la figura de Gregorio Marañón y la
tertulia del "Correo Erudito" en el hogar intelectual de los
Ballesteros.
—¿Cuándo
piensa usted publicar su obra sobre el conquistador del Perú?
—No
sé todavía. Quisiera darla aquí.
Aquí
publicaré, desde luego, mi libro sobre los verdaderos "inventores"
del Perú, los cronistas; los cronistas descubrieron en realidad el paisaje de
América, la tierra y sus productos, el hombre, sus costumbres, creencias e
instituciones. Este libro lo tengo concluido. Mire usted...
En
realidad, el embajador peruano acaba de llegar a Madrid. Sus habitaciones no
han tomado aún el sello de su personalidad, y parecen frías y sin alma, con sus
cortinas yertas y sus muebles ordenados mecánicamente. El señor Porras Barrenechea
abre unos armarios empotrados y nos enseña sus maletas viajeras que alardean de
marbetes de hoteles y alas simbólicas. Dentro, rebosan, en vez de camisas y
trajes, cuadernos de notas, cuadernos de todos los tamaños, y legajos manidos,
libros escoliados, folios, cuartillas, cartas. Maletas de literato.
—Mire
usted... (Y el embajador extrae el manuscrito de su libro sobre los viejos cronistas
del Perú.)
— ¿Dónde
ha encontrado usted la más valiosa documentación histórica?
— En España,
naturalmente. La investigación histórica sobre la conquista no puede hacerse en
el Perú, donde sólo existen algunos protocolos del siglo XVI. La gran masa
documental se encuentra aquí, en el Archivo de Indias, que es la Meca de todos
los historiadores, con sus cartas, sus procesos judiciales, sus incontables documentos
inéditos; un verdadero santuario donde se conserva todo el arranque de nuestra
cultura.
— ¿Cuál
es hoy, a su juicio, desde un punto de vista cultural, la situación de España
en América?
— Es el
grave problema de América. En primer lugar, quiero darle una impresión. He
visto últimamente en nuestra Universidad a Dámaso Alonso dando clase a los
muchachos de esta generación; muchachos un poco despegados de las corrientes
culturales de España. En medio de un silencio impresionante, Dámaso Alonso iba
leyendo y explicando las odas de fray Luis de León, en el aula de una Universidad
donde se suele predicar la decadencia de todo lo español. Tuve, oyéndole, la sensación
de la grandeza imperecedera de nuestro idioma. Aquellos jóvenes seguían con
interés las emociones del maestro León, y parecía como si descubrieran, de repente,
el alma profunda de España, manifestada en un lenguaje inigualado. Pensé que el
lazo vital del idioma es una de las grandes fuerzas de la humanidad, y que
gracias a él la cultura española será eterna.
—Pero
trascienden sus palabras alguna aflicción en cuanto al porvenir de la cultura
española en América...
—Si
recuerdo los años de mi juventud, cuando los estudiantes devorábamos los libros
que llegaban continuamente a Lima, y estudiábamos en las obras de Menéndez y Pelayo,
Unamuno, de Ganivet, de Ortega y Gasset. de Menéndez Pidal, de Marañón, de
d'Ors, los libros de dos generaciones españolas de grandes pensadores, investigadores
y literatos que influyeron, como ninguna otra, en nuestro españolismo y amor a
las letras; si recuerdo aquellos años de pasión literaria y los comparo con los
de ahora, siento cierta nostalgia. Leíamos con entusiasmo y admiración las
novelas de Valle Inclín, de Baroja, de Pérez de Ayala; los versos de los
Machado, de Juan Ramón y de Villaespesa, y los libros de "Azorín"
como "'La voluntad" y "Lecturas españolas", dejaron en mí
huella sugestiva e imborrable. En América se advierte un desplazamiento de la
cultura europea y—esto es lo más sensible—de la cultura española. Se trata de
hacer creer que ese tipo de cultura ha caducado, ha cumplido su ciclo y que ha sonado
la hora de preocuparse únicamente por lo americano. Ello afecta por igual al
español, al francés y al portugués, cuyas culturas están siendo desarraigadas
por otras corrientes.
Frente
a este fenómeno se alzan ahora la obra admirable del Instituto de Cultura Hispánica
y la presencia de una serie de conferenciantes españoles de todas las
ideologías; todos llevan a los estudiosos y estudiantes su mensaje del espíritu
español.
—¿Cómo
se reflejan esas corrientes extranjeras en la vieja polémica histórica entre
"indigenistas" y españolistas del Perú?
—En realidad,
en todo peruano hay un fondo insobornable del carácter español.
Menéndez
y Pelayo, en su antología de la poesía, hispano-americana, decía que el Perú era
el pueblo hispano-americano que más se parecía a España en sus virtudes y hasta
en sus defectos y el que había guardado intactas las huellas del espíritu
español en los días de su mayor grandeza. Esto mismo ocurre con nuestras ciudades.
Lima es una ciudad entre morisca y andaluza, y el Cuzco tiene la austeridad y la
grandeza de Toledo. La plaza principal del Cuzco es una réplica de la plaza de
Trujillo, de Extremadura. En el fondo de todo peruano ha habido siempre un
profundo sentido de adhesión a España que se manifiesta incluso en la Guerra de
la Independencia. Perú es el último país que se independiza, aunque hubo allí
estallidos antes que en otros países. Era la nación que más se había asimilado
la vida española. Lima era la segunda ciudad de España, después de Madrid. Los
criollos ocupaban las posiciones más elevadas dentro de la Monarquía. Pablo de
Olavide fue ministro de Carlos III. Otro peruano fue virrey de Méjico. Ningún
cargo público—oidores, capitanes generales...—estaba vedado a los criollos. Y,
pese a lo que fingen creer algunos historiadores, hubo un indio famoso, Pumacagua,
jefe de la rebelión india de 1814, que llegó a ser brigadier del Ejército
español... Todo esto es evidente. Recuerde usted lo que dice Havellock Ellis en
"El alma de España"... Siendo niño, su padre se lo llevo a recorrer
mundo, en viajes de recreo e instrucción, y llegó un día a una ciudad encantada
y perfumada, rebosante de jardines, huertos, pensiles, patios, rejas... Allí se
guardaba el alma de España. Allí aprendió a amar a España. La ciudad era Lima.
—Conozco,
en efecto, el libro sobre España de ese médico y escritor de Inglaterra...
Pero, perdone usted que insista.
Esas
dos corrientes antagónicas que disputan en el libro y en la cátedra del Perú
—y de
Méjico—, la que reivindica los valores de la civilización indígena frente a la
conquista de España, y la que defiende la civilización de España frente a la indígena;
esa vieja polémica...
—A
eso vamos. Existe en efecto, en el Perú como en otros países de América una
corriente díscola, adversa a la tradición española..., tendencia que es explorada
por gente de fuera del Perú.
Se
quiere negar lo innegable y reducir la obra española a su mínima expresión. Esa
tendencia es la que se llama 'indigenista". Loa "indigenistas"
del Perú son, sin duda, muy buenos peruanos, y, naturalmente, se podrá discutir
su argumentación, pero hay que elogiar en ellos el fondo nacionalista, y, sobre
todo, su empeño por valorar los elementos autóctonos. Pero lo que es de
lamentar es que en la polémica intervengan gentes extrañas e interesadas que solo
pretenden deprimir lo español exaltando lo indígena. Yo veo en eso viejas
raíces hugonotas... Los piratas ingleses sublevaban en otros tiempos a los
negrea en contra de España, ofreciéndoles la libertad. Y hoy se hace propaganda
contra España con el falaz pretexto de que destruyó las civilizaciones
indígenas, despobló América, extirpó las raíces incaicas...
¡Qué
sé yo! No se paran en barras. Se llega a decir que la civilización española, cristiana
y renacentista, era inferior a la cultura indígena precolombina (que, por cierto,
no conocía la rueda). Esto ha llegado a afirmarse en un libro que no deja de
influir sobre nuestra juventud.
—¿Y
la corriente hispanista?...
—Está
representada por José de la Riva Agüero; a él se debe principalmente la reivindicación
de la obra colonizadora, y por Víctor Andrés Belaúnde, director de la Academia
de la Lengua, sociólogo y jurista, autor de penetrantes ensayos sobre la
realidad peruana y sobre las raíces de nuestras instituciones y cultura. Belaúnde
es uno de los maestres v orientadores más auténticos y respetados de la
juventud peruana y un fervoroso hispanista. Honorio Delgado, médico y filósofo,
gran profesor de psiquiatría, presta al Instituto de Cultura Hispánica de Lima
el prestigio intachable de su probidad intelectual y moral.
—¿Y
la labor histórica en su país?
—Después
de los capitales estudios de Riva Agüero sobre nuestra historiografía, se
destacan, por sus grandes aportes en la investigación, el padre Rubén Vargas Ugarte,
Rafael Loredo, actualmente en Sevilla, con sus estudios sobre las guerras civiles;
Guillermo Lohmann Villena, con sus trabajos sustantivos sobre el arte dramático
en Lima y sobre los virreyes, y Ella Dunbar Temple, joven y gentil profesora de
historia en San Marcos, hábil en la investigación y en la crítica y hondamente
atraída por los valores españoles. Jorge Basadre es, con José Varallanos, el renovador
de nuestros estudios de Historia del Derecho y además el creador de nuestra historia
republicana. En lo que se refiere a las civilizaciones prehispánicas, Julio C.
Tello, el gran arqueólogo, muerto recientemente, descubrió los maravillosos
tejidos de Paracas y las piedras milenarias de Chavín, y Luis E. Valcárcel ha sido
el intérprete del alma del incario con fuerte prejuicio contra lo occidental.
—¿Y
en poesía?
-Yo
me he quedado en el modernismo. Siento la poesía dentro de la técnica musical del
modernismo, y esa poesía de ahora, arrítmica y penumbrosa, me es un poco inaccesible.
En Lima hay, sin embargo, una escuela de Jóvenes surrealistas de gran prestigio,
como Xavier Abril, Adolfo Westphalen, "Martín Adán" (seudónimo de
Rafael de la Fuente Benavides). Enrique Peña. La tendencia
"indigenista" en poesía tiene gran relieve, porque trata., con buen
éxito, de recoger la expresión del alma indígena. Algunos de esos poemas son
bilingües, mitad en castellano, mitad en quechua. Mario Florián y Luis Nieto destacan
en esa poesía llena de melancolía autóctona. En el relato de ambiente indígena,
José María Arguedas. Todo este movimiento en literatura está presidido, desde
lejos, por el hombre que probablemente ha influido más sobre los escritores peruanos
jóvenes, César Vallejo, que estuvo en España y a cuyo entierro asistí yo en París.
Era un hombre de extrema izquierda, pero sin fanatismo y de un gran corazón.
Racialmente era un mestizo en el que predominaba el cobre andino. Pero era un
indio que amaba a España, que estaba íntimamente vinculado al alma española,
que constituía el ejemplo más reciente y elocuente de la fusión, lograda por España,
de lo indígena con lo español. En el acta de fundación del Cuzco hay toda una
teoría del Estado y de la civilización,
que
procede de los grandes teólogos de Salamanca, del padre Vitoria, de Domingo de
Soto, del padre Suárez. En ella se afirma que todos los hombres son iguales y descienden
de una sola pareja. Así fue la civilización católica medular que los españoles
llevaron al Perú.
—¿Qué
le gusta más de España?
—Todo...
Personas, obras, cosas... ¿No es éste el título de una obra inolvidable de
Ortega? Pero ¿y Ortega? Yo fui a oírle alguna vez en su cátedra universitaria de
Madrid. Conservo aún la emoción de aquellos días. No le he hablado nunca. Es el
maestro que más ha influido en nosotros… Ortega y Gasset es una auténtica
gloría de España.
—¿Y le
gustan también los toros?
—¡Hombre!
Acerca de eso le diré que en un grotesco libro de propaganda publicado en los
Estados Unidos contra España me atacan porque dicen que soy "taurómaco".
Voy a los toros algunas veces, y en Lima, siempre que ha toreado Domingo
Ortega. Pero preferiría no hablar aquí de estas cosas...
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