¿La carta de un Gobernador
del Perú a su mujer, inspiró a Cervantes
la célebre carta de Sancho
Panza a su mujer Teresa Panza?
I
Es bueno hablar de Cervantes
aunque sea en el Día del Idioma, aprovechando el convencionalismo ritual de las
efemérides. La fecha es especialmente significativa para la cultura peruana. En
un día como éste, entre el alba y el atardecer del 23 de abril de 1616,
murieron, con pocas horas de diferencia, en España, Miguel de Cervantes y el
Inca Garcilaso de la Vega. El idioma de Castilla había alcanzado su gallarda
plenitud en el Quijote, y el habla
castellana en América empezaba a mestizarse con vocablos indígenas y a
impregnarse de melancolía en el relato de los Comentarios Reales.
En el Perú se ha hablado y escrito
poco sobre Cervantes y sobre el Quijote.
Don Ricardo Palma, quien fue de los primeros
en abordar el tema cervantino, en uno de los últimos tomos de sus Tradiciones, anotaba que no existía siquiera una edición peruana
del gran libro español y sí las había mexicana y argentina. Tampoco había comentarios o glosas notables ni obras
inspiradas directa o indirectamente por los personajes o la lengua cervantinos,
como los magistrales capítulos del ecuatoriano Montalvo o la novela La Quijotita, del mexicano Fernández de
Lizardi. Después del comentario de Palma, se ha modificado el cuadro, con obras
de calidad más que de número, tales como la fantasía novelada de Juan Manuel
Polar, Don Quijote en Yanquilandia,
aún no debidamente valorizada por la crítica, y los estudios de Riva-Agüero y
de Aurelio Miró Quesada sobre la influencia de Garcilaso de la Vega en el Persiles de Cervantes.
Palma aclaró, sin embargo, que
el Quijote vino temprano al Perú, y que el mismo año de 1605, en que se
editó, llegó un ejemplar para el Virrey Conde de Monterrey, quien lo prestó,
para que lo leyera, al dominico fray Diego de Hojeda, el famoso autor de la Cristiada. Tres meses después llegaban a
Lima seis ejemplares del Quijote
–edición Princeps–, uno de los cuales fue a para a la biblioteca de los padres
dominicos, donde lo vio hacia 1850, el ilustre erudito y cervantófilo limeño,
D. José Dávila Condemarín.
La llegada de ejemplares del Quijote a América, en 1605, el año mismo
de su publicación, ha sido probada doblemente. Consta el hecho, en Lima, por
una crónica dominicana del siglo XVII que vio y leyó Dávila Condemarín. La
partida de los ejemplares de España para América la probó Rodríguez Marín en
dos célebres conferencias, exhibiendo los registros de despachos comerciales
para las Indias, existentes en el Archivo de Sevilla, con relación al año 1605.
Según esos registros, se enviaron al Perú 84 ejemplares de la primera edición
del Quijote, y 262, a Méjico,
llamándosele en las partidas Don Quijote
y Sancho Panza. Este envío, que Rodríguez Marín supone fuera mayor, porque
los registros están incompletos, descubre una verdad consoladora. Las leyes
prohibitivas, que impedían el envío a las Indias de libros de romance y
materias profanas no se cumplían. Una
cédula real de 29 de septiembre de 1543, dirigida a la Audiencia de Lima, había
proscrito tales libros, porque de su difusión sufrirían perjuicio intelectual
los indios, quienes “dejarían los libros de saneta y buena doctrina por leer
historias mentirosas y vanas”. La acusación hecha a España de que sus
disposiciones filantrópicas no se cumplían tiene aquí su reverso favorable:
tampoco eran implacables las prohibiciones, y los registros oficiales consignan
libros de puro deleite, como el Amadís,
Bernardo del Carpio, la Galatea y el Quijote, de Cervantes.
Casi toda la edición Princeps del Quijote
vino a parar a América, según Rodríguez Marín.
Antes que el Quijote debió de llegar a América el
propio D. Miguel de Cervantes. Se ha dicho con frecuencia que éste estuvo a
punto de venir al Perú. En realidad, a donde pretendió ir en 1590 fue a
Charcas, hoy Bolivia, entonces parte integrante del Perú. Los biógrafos de
Cervantes reproducen la célebre petición en que éste solicita al Rey, en premio
de sus servicios –la pérdida del brazo en Lepanto, el cautiverio de Argel– le
den uno de estos cuatro puestos: la Contaduría del Nuevo Reino de Granada, la
Gobernación de Soconusco en Guatemala, la Contaduría de las galeras de
Cartagena o el Corregimiento de la ciudad
de La Paz. Hastiado de su pobreza y de su anonimato, Cervantes acudía al
remedio “a que se acogían otros muchos perdidos en Sevilla, que era el pasarse
a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España”. El creador de
Sancho Panza pedía, como buen español de su época, una ínsula. Pero el Rey
proveyó en 6 de junio de 1590: “Busque por acá en qué se le haga merced”. Y
Cervantes se quedó en España, sin ínsula, para escribir el Quijote y para burlarse alegremente a través del dolor propio de la
locura ajena.
Quedan otras huellas de la vinculación
de Cervantes con el Perú. Palma
descubrió que Cervantes fue amigo de un hidalgo español avecindado en el
Perú, don Juan de Avendaño, empleado en las Cajas Reales de Lima y de Trujillo,
a quien envió un ejemplar del Quijote, dedicado. Rodríguez Marín
consigna el hecho de que en 1607, al anunciarse en el Perú la próxima llegada
del Virrey, Marqués de Montesclaros, hubo en Pausa, capital del Corregimiento
de Parinacocha, una fiesta de cañas y sortija, en la que salió “el caballero
Don Quijote y su escudero Sancho, quien
echó algunas coplas de primor, que por tocar en berdes no se refieren”. Por
último, Cervantes elogió a algunos poetas peruanos de su época en el Canto de Caliope, publicado en La Galatea en 1585.
Aparte de estos antecedentes, no
es muy notoria la presencia del Perú en la obra de Cervantes. En el Quijote, el autor habla de los
“valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés”, pero no hay alusión al
Perú; en el Persiles, las analogías
de los bárbaros septentrionales con los Incas de Garcilaso son bastante
remotas.
II
Es posible, sin embargo, que en
el Quijote y en uno de los más
notables personajes de la novela inmortal –en Sancho Panza–, haya un reflejo de
las Indias y particularmente del Perú.
Los cervantistas han expurgado y
analizado detalladamente el Quijote y
las Novelas Ejemplares, buscando las
huellas autobiográficas que todo escritor deja en sus obras. En los personajes
de sus novelas se ha buscado a los personajes reales de su propia vida. Unos
han creído encontrar en Don Quijote a un Alonso Quijada, hidalgo contemporáneo
del pueblo de Esquivias, donde Cervantes se casó. Otros han visto en él a
Martín de Quijano, veedor de galeras del Puerto de Santa María, mientras otros
aseguran que el tipo original y viviente de Don Quijote lo tomó Cervantes de D.
Rodrigo Pacheco y su sobrina D.ª Melchora, vecinos de Argamasilla, cuyos
retratos existen en la iglesia de ese lugar. Inducciones semejantes se han
hecho sobre los personajes de las Novelas
Ejemplares, señalándose a los presuntos modelos vivos del Loaysa del Celoso extremeño y del Licenciado Vidriera, en quien se quiso,
anacrónicamente, descubrir al humanista alemán Gaspar Barth, traductor de La Celestina. Cotarelo sostuvo también
que uno de los principales personajes de La ilustre fregona era
el Juan de Avendaño, avecindado en el Perú, quien habría sido, además, amante
de la sobrina de Cervantes, Constanza de Ovando, hija de su hermana Andrea.
Estas atribuciones son,
naturalmente, conjeturales y limitadas. Cervantes observó la vida ampliamente y
del rico caudal de su existencia, de sus andanzas de soldado, de cortesano, de
amigo de comediantes y cobrador de contribuciones, extrajo muchos apuntes y
notas sicológicas que utilizó y mezcló para los personajes de su ficción. Estos
surgieron de la amalgama de la vida y de la libre fantasía del escritor. Pero
todos tuvieron un fuerte sustrato humano y antecedentes concretos en la memoria
del autor.
Sancho Panza no es, sin duda,
ningún contemporáneo preciso de Cervantes. Sancho es la encarnación del pueblo
español, de la ignorancia y el buen
sentido, del realismo más sensato unido a la más alta ambición, de la codicia
hermanada con la abnegación y, sobre todo, del hombre del pueblo español del siglo
XVI. Pero esta reencarnación multánime tiene algunos modelos individuales que
Cervantes conoció en carne viva. Y yo creo encontrar algunos risueños contornos
de la figura del Gobernador D. Cristóbal Vaca de Castro, en algunos rasgos de
Sancho Panza, cuando llega a Gobernador, en la segunda parte del Quijote. Al escribir Cervantes la estada
de Don Quijote y Sancho, al lado de los Duques y el Gobierno de la ínsula, tuvo
seguramente presentes algunos recuerdos regocijantes y hasta un documento
escrito, del Gobernador del Perú en 1542.
Cervantes escribe la segunda
parte del Quijote en Valladolid,
donde se hallaba entonces la Corte. En el mismo Valladolid residió por mucho
tiempo D. Pedro de Quiñones y Vaca de Castro, hijo del Gobernador del Perú,
Vaca de Castro. Don Pedro fue Oidor en Valladolid hacia 1570, luego Presidente
de la Cancillería de Granada hacia 1578, Presidente de la de Valladolid en
1583, cuando Cervantes acababa de regresar de Argel y se dedicaba a escribir
comedias, y en 1588 es nombrado Arzobispo de Granada. Por estos días Cervantes
pretende pasar a América y toma informes seguramente detallados sobre las
Indias. Oye contar casos fabulosos de enriquecimiento y de ascensión social,
mientras su vida se desliza oscura y pobremente. Es el momento en que el burgo
se ha insurreccionado contra el castillo. Los villanos quieren ser nobles. Los
hijos de analfabetos y expósitos pretenden el hábito de Santiago y enlaces con
linajes ilustres. Cervantes recogerá risueñamente todo aquel fermento de vida y
le trasladará a su obra, con una ironía sin amargura. Sancho Panza confesará,
sencillamente, al Caballero del Bosque, que tiene una hija “a quien cría para
condesa”. Es una sonrisa sin hiel, cogida de ternura y tolerancia profundamente
humanas.
En
Valladolid pudo recoger Cervantes la tradición relativa a
los manejos de Vaca de Castro como Gobernador del Perú. Como la familia de
Vaca seguía viviendo en la ciudad y el
hijo ocupaba situación preminente, perduraría el recuerdo del ruidoso proceso
que se le siguió a Vaca, cuando regresó del Perú, acusándole de haber obtenido
en él inmensas riquezas. El licenciado Vaca de Castro había ido pobre a
pacificar a Pizarro y Almagro, y había regresado inmensamente rico. Desde
América envió gruesos lingotes de plata, obtenidos del repartimiento de los
hijos de Pizarro, que puso en su cabeza, y se dio maña para que esa fortuna no
pasara por la Casa de Contratación de Sevilla, sino que llegase por la vía de
Lisboa. Denunciado al Consejo de Indias, éste mandó rematar sus bienes y
apresarle en junio de 1545 en la fortaleza de Arévalo, donde se le retuvo siete
años. En 1556, defendido por su hijo, se le rehabilitó. Fue Consejero Real
hasta que en 1562, decepcionado del mundo, se recogió al Convento de San
Agustín, para pasar en quietud el resto de su vida. En 1567 hizo testamento y
murió, según Mendiburu, en 1588. Fue enterrado en Valladolid en la Capilla
Mayor del Convento de Santa Isabel Francisca, debajo del altar de San Juan. En
1614, el hijo de Vaca de Castro, llegado a Arzobispo de Granada, hizo trasladar
los restos de su padre, madre, abuela y hermana, de Valladolid al Convento del
Sacro Monte de Granada, construído por él en el lugar donde se hallaron los
restos de doce mártires cristianos.
Cervantes estaba en Valladolid entre
1613 y 1614, escribiendo la segunda parte del Quijote, cuando se hizo la traslación de los restos de Vaca de
Castro a Granada. Pudo también haberlo conocido
anteriormente el año 1588, en que murió, en alguna de las veces que pasó
por la Corte de Valladolid. Vaca de Castro debió ser un personaje familiar en
la ciudad. Los principales episodios de su vida y de su fortuna por el
vecindario vallisoletano, y entre ellos el de la famosa carta de vaca de Castro
a su mujer, que Cervantes tuvo seguramente a la vista, o recordó muy
cercanamente, cuando imaginó la carta de Sancho Panza a su mujer desde la
ínsula. He aquí un documento peruano, fechado en el Cuzco, que sirvió sin duda
de modelo para uno de los mejores pasajes de
su libro inmortal.
III
Vaca de Castro estaba casado con D.ª
María Magdalena Quiñones y Osorio, y tenía larga familia que sustentar. Eran
dos varones: Antonio, que moriría en el Perú, en 1560, y Pedro de Castro y
Quiñones, y cinco mujeres: D.ª Guiomar, D.ª Beatriz, que fueron monjas; D.ª
Juana, que casó con D. Alonso de Osorio, y D.ª Catalina, que casó con Gonzalo
de Cáceres. El padre tenía que pensar en el porvenir de su extensa prole.
Desde
el Cuzco, después de derrotar y ejecutar a Almagro. Vaca de Castro escribió a
su mujer una larga carta llena de encargos, redactada en la euforia del triunfo
y del mando, en plena posesión de la ínsula soñada y disipados los peligros del
viaje, de la guerra y de la batalla en
que su vida corrió riesgo. “Sábado, diecisiete de septiembre– dice refiriéndose
a la batalla de Chupas, en que derrotó a Almagro–; me dio Nuestro Señor la más gloriosa victoria
que a dado a Capitán General en el mundo”, en tanto que otros testimonios
aseguran que, como Sancho cuando su amo se batía en descomunales encuentros,
Vaca de Castro se puso a buen recaudo durante el combate.
La carta está fechada en el Cuzco el
28 de noviembre de 1542, cinco años antes del nacimiento de Cervantes. En ella
Vaca de Castro da encargos y consejos a su mujer, sobre todo en lo referente al
dinero que le envía por diversos conductos y que ella debe mantener en absoluto
secreto. Esta carta sería descubierta
por los Alguaciles del Consejo de Indias y constituiría una de las principales
piezas de la acusación contra Vaca de Castro. Cervantes debió de conocerla en
Valladolid y tomarla como modelo para la sabrosa carta de Sancho a su mujer.
Las reminiscencias son bastante claras a pesar de que Cervantes retoca el
modelo con su genial humorismo.
El mismo introito a la carta trae ya
una reminiscencia no apuntada del Perú. Pregunta la duquesa a Sancho si él
escribió la carta y éste responde: “Ni por pienso, porque yo no sé leer ni
escribir, puesto que sé firmar”. Este Gobernador que no sabe leer ni escribir,
pero que se jacta de saber firmar, es una evocación risueña e irónica de
Pizarro, el conquistador del Perú, que llegó a Gobernador, como Sancho, con
sólo su ingenio rústico y que en el intervalo de sus hazañas no tuvo tiempo
sino para aprender a firmar. El pretendiente desairado que, no obstante sin
ingenio y cultura, no puede pasar a América, clava el dardo punzante en el
blanco fácil del conquistador iletrado.
En la carta de 1542, Vaca de Castro
cuenta a su mujer los trabajos pasados en la pacificación del Perú y derrota de los almagristas, y dice que si
Pizarro ganó el reino de los indios y obtuvo un marquesado aquello fue ganarlo
de ovejas, en tanto que él lo ha ganado de españoles, por lo que será poco todo
lo que pida. Sancho dice a su mujer: “Si buen gobierno me tengo buenos azotes
me cuesta”. El Licenciado Vaca encarga a su mujer que gestione algunas mercedes
y le aconseja: “Y cuando vuestra merced oviere de yr a casa de alguno de los
que he dicho yd honrradamente en vuestra mula y bien acompañada y escudero y
capellán viejo y honrrado y con mozos y pajes”. Cervantes transcribe regocijadamente
el modelo. Sancho también aconseja a su mujer que se presente con el rango
consecuente a la mujer de un Gobernador: “Has de saber, Teresa, que tengo
determinado que andes en coche, que es lo que hace al caso; porque todo otro
andar es a gatas”. Vaca envía a su mujer 5.000 escudos y ordena dar a su hija Catalina una dote para su
casamiento. Sancho anuncia a Teresa que pocos días adelante partirá al
Gobierno, “adonde voy con grandísimo deseo de hacer dinero”, y le habla del
envío de una maleta con 100 escudos y un vestido verde cazador para que haga
una saya a su hija Sanchica. El Gobernador del Perú envía otros regalos a su
mujer y entre ellos unas tenacillas con que los indios se quitan el vello,
“aunque vos, señora, ya sé que no las avéis menester”. Vaca aconseja, por
último, mucho secreto sobre sus encargos: “Lo recibays muy en secreto y aun los
de casa no lo sepan y lo tengays secreto fuera de casa”. Sancho dice lo mismo a
su locuaz compañera: “No dirás de esto nada a nadie, porque pon lo tuyo en
concejo y unos dirán que es blanco y otros que es negro”.
Vaca anuncia por último a su mujer
que si lo dejan más tiempo en el Gobierno “no nos estaría mal” y podrían
comprar un mayorazgo para que quede memoria de sus padres y de ellos. Sancho
también aspira a casar a Sanchica con un Conde y que a su mujer llamen doña
Teresa Panza, pero al fin se contenta con ser rico. “En salvo está el que
repica y todo saldrá en la colada del Gobierno… y así que por una vía o por
otra tú has de ser rica”.
El paralelismo entre ambas cartas es
saltante. Cervantes recogería el viejo documento jovial de los archivos
maliciosos de la memoria popular en Valladolid o en Granada. El Arzobispo
Castro y Quiñones, que tan pomposamente trasladaba a sus deudos al Sacro Monte de
Granada, había lanzado en 1590 una filípica contra las comedias y las farsantas
y pidió a Felipe II que las suprimiera en todo el reino. Cervantes confiesa por
boca de Don Quijote que “desde mucho fue aficionado a la farándula y en su
mocedad se le iban los ojos tras de ella”. En 1594, en que Cervantes estuvo en
Granada, pudo conocer directamente al Arzobispo Castro y escuchar en las gradas
de su Palacio Episcopal la sabrosa y murmuradora leyenda del Perú. Su venganza,
sin resentimiento por el agravio a sus amados faranduleros, pudo ser la risueña
transcripción de aquella lejana y malhadada carta que su imaginación
transformó, sin amargura, en una de las mejores muestras del humorismo sano y
generoso de Cervantes. ¡Y el Perú sería entonces en la novela, como lo fue en
la realidad, la ínsula soñada por todos los aventureros españoles del siglo
XVI!
RAÚL
PORRAS BARRENECHEA
Lima, abril de
1945.
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