martes, 12 de septiembre de 2023

CARTA DE RENUNCIA AL CARGO DE MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ DE RAÚL PORRAS BARRENCHEA (12.9.1960)

 


Lima, 12 de setiembre de 1960

Señor Doctor

Don Manuel Prado,

Presidente de la República

Lima

Señor Presidente:

 

El 4 de abril de 1958, al aceptar con espíritu de cooperación y servicio nacional la cartera de Relaciones Exteriores en mi carácter de Senador independiente y de técnico con 40 años de servicio en la Cancillería exprese que llevaría al desempeño de esa función pública mi “posición liberal inveterada contraria a todo fanatismo exclusivo de la verdad ajena y opuesto a todo absurdo signo divisionista”. Reafirmé también mi voluntad expresada en el manifiesto del Frente Democrático Independiente de buscar las fórmulas de entendimiento nacional y la eliminación de los impulsos egoístas para intensificar en el Perú el proceso de afirmación del estado de derecho.

Durante más de dos años he trabajado intensamente con los Gabinetes que se han sucedido para obtener el predominio de las normas de libertad y cooperación internacional, fortaleciendo las relaciones del Perú con los países democráticos, renovando los viejos vínculos históricos que nos unen a los pueblos latinoamericanos , buscando nuevas fórmulas de integración económica entre ellos, aproximándolos en el campo cultural y tendiendo constantemente al robustecimiento de los lazos jurídicos y económicos que son la base del sistema regional interamericano. La cooperación peruana se mantuvo con todos los países, particularmente con los Estados Unidos de América en el más alto plano de dignidad y de recíproco respeto que tuvo se expresión firme y amistosa en la actitud asumida en la Conferencia de Cancilleres de Washington ante el Secretario de Estado Foster Dulles, al reclamar sobre las cuotas al plomo y al zinc.

En las Reuniones de Cancilleres de Washington de Santiago y de San José el Perú cooperó en el primer plano en la afirmación de la unidad interamericana, en la defensa de la democracia representativa y de los derechos humanos. Ese mismo espíritu llevé a la Conferencia de San José de Costa Rica, cuya iniciativa tomó el Gobierno del Perú, planteándola ante el Consejo Directivo de la Organización de los Estados Americanos, dentro de términos de estricta imparcialidad doctrinaria, para “considerar las exigencias de la solidaridad continental, de la defensa del sistema regional y de los principios democráticos americanos, ante las amenazas externas que puedan afectarlo”. En las diferentes declaraciones públicas que hice al salir del Consejo de Ministros a los periodistas afirmé que el Perú buscaría conciliar y no acusar, unir y no separar.

Al iniciarse la VII Conferencia, en San José de Costa Rica, el Perú hubo de plantear los problemas incluidos en la convocatoria y lo hice en un discurso que mereció la más cálida y unánime acogida de los Cancilleres y del público y determinó que el propio Canciller de Cuba, señor Roa, atravesase el hemiciclo para estrecharme la mano por la forma alta y serena empleada por el Perú. Ese discurso repetía en sus puntos esenciales el comunicado de la Cancillería de 9 de agosto aprobado con los más efusivos términos por el señor Presidente de la República y por el Consejo de Ministros.

Aunque ese discurso enviado a la Cancillería no haya sido publicado hasta ahora oficialmente por un olvido momentáneo de las reglas del estado de derecho que implica la publicidad de todos los documentos, él entrañaba un compromiso de honor del Perú. A él me ceñí en toda mi gestión formando parte de una Comisión de conciliación integrada por los Cancilleres de Colombia, que era al mismo tiempo Presidente de la Comisión General, de México, Venezuela, Honduras, Ecuador, Bolivia y Perú. En esa comisión se gestó, por este grupo de Cancilleres, una moción de conciliación ampliamente satisfactoria. Después de varios días de discusión se produjo repentinamente una reunión distinta en la que se presentó una moción que contenía los puntos básicos de solidaridad, no intervención y defensa de la democracia, pero que usaba los términos de “condenar” y “reprobar” a alguno de los gobiernos en conflicto sin que hubiera mediado, como en el caso de la República Dominicana, Comisión investigadora y procedimientos probatorios. No me era dable como Canciller del Perú que había empeñado su palabra en pro de fórmulas de solidaridad y de conciliación firmar una Declaración que contradecía mis propias afirmaciones. La situación hubiera podido resolverse fácilmente como lo ha declarado el comentarista norteamericano Walter Lippmann al afirmar que el único posible y provechoso resultado de la reunión de San José y el que más hubiera servido los grandes intereses de la democracia continental habría sido el de la conciliación.

Como no me era dable retirar mis palabras y afirmaciones de Lima y de San José ni los deberes de mi conciencia decidí de conformidad con el Reglamentos de la Reunión de Consulta autorizar al Embajador Don Juan Bautista de Lavalle para que sin las trabas que a mi me lo impedían, firmase la declaración de San José de Costa Rica, de conformidad con las instrucciones del Gobierno del Perú.

Al regresar a Lima puse a disposición de Ud. la cartera de Relaciones Exteriores habiendo tenido el Señor Presidente la gentileza de pedirme reiteradamente en estos días que continuase mi colaboración al lado suyo. No siendo esto posible dadas las nuevas orientaciones del Gabinete en la política interna o internacional, y las interferencias en esta de personas que la Constitución no autoriza, considero de mi deber dejar al Señor Presidente en libertad para seguir los rumbos que considere más convenientes y le presento renuncia (mi) irrevocable del cargo de Ministro de Relaciones Exteriores.

Cumplo con dejar testimonio de la constante preocupación patriótica del señor Presidente de la República al dirigir las relaciones internacionales y de la voluntad con que en más de dos años he servido incansablemente, aun con daño de mi salud, esos propósitos encaminándolos siempre a la mayor dignidad del Perú. Los que seguiré sirviendo con igual empeño en el Senado de la República y en la cátedra libre de las Universidades, como lo he hecho durante toda mi vida con absoluto desinterés y sin ambición política alguna.

Reitero a Ud. este motivo, los sentimientos de mi más alta deferencia.

 

Raúl Porras Berrenechea.