Lima, 12 de setiembre de 1960
Señor
Doctor
Don
Manuel Prado,
Presidente
de la República
Lima
Señor
Presidente:
El 4 de abril de 1958, al aceptar con
espíritu de cooperación y servicio nacional la cartera de Relaciones Exteriores
en mi carácter de Senador independiente y de técnico con 40 años de servicio en
la Cancillería exprese que llevaría al desempeño de esa función pública mi “posición
liberal inveterada contraria a todo fanatismo exclusivo de la verdad ajena y
opuesto a todo absurdo signo divisionista”. Reafirmé también mi voluntad
expresada en el manifiesto del Frente Democrático Independiente de buscar las fórmulas
de entendimiento nacional y la eliminación de los impulsos egoístas para
intensificar en el Perú el proceso de afirmación del estado de derecho.
Durante más de dos años he trabajado intensamente
con los Gabinetes que se han sucedido para obtener el predominio de las normas
de libertad y cooperación internacional, fortaleciendo las relaciones del Perú
con los países democráticos, renovando los viejos vínculos históricos que nos
unen a los pueblos latinoamericanos , buscando nuevas fórmulas de integración
económica entre ellos, aproximándolos en el campo cultural y tendiendo
constantemente al robustecimiento de los lazos jurídicos y económicos que son
la base del sistema regional interamericano. La cooperación peruana se mantuvo
con todos los países, particularmente con los Estados Unidos de América en el
más alto plano de dignidad y de recíproco respeto que tuvo se expresión firme y
amistosa en la actitud asumida en la Conferencia de Cancilleres de Washington
ante el Secretario de Estado Foster Dulles, al reclamar sobre las cuotas al
plomo y al zinc.
En las Reuniones de Cancilleres de
Washington de Santiago y de San José el Perú cooperó en el primer plano en la
afirmación de la unidad interamericana, en la defensa de la democracia
representativa y de los derechos humanos. Ese mismo espíritu llevé a la
Conferencia de San José de Costa Rica, cuya iniciativa tomó el Gobierno del
Perú, planteándola ante el Consejo Directivo de la Organización de los Estados
Americanos, dentro de términos de estricta imparcialidad doctrinaria, para “considerar
las exigencias de la solidaridad continental, de la defensa del sistema
regional y de los principios democráticos americanos, ante las amenazas
externas que puedan afectarlo”. En las diferentes declaraciones públicas que
hice al salir del Consejo de Ministros a los periodistas afirmé que el Perú buscaría
conciliar y no acusar, unir y no separar.
Al iniciarse la VII Conferencia, en San
José de Costa Rica, el Perú hubo de plantear los problemas incluidos en la
convocatoria y lo hice en un discurso que mereció la más cálida y unánime
acogida de los Cancilleres y del público y determinó que el propio Canciller de
Cuba, señor Roa, atravesase el hemiciclo para estrecharme la mano por la forma
alta y serena empleada por el Perú. Ese discurso repetía en sus puntos
esenciales el comunicado de la Cancillería de 9 de agosto aprobado con los más
efusivos términos por el señor Presidente de la República y por el Consejo de
Ministros.
Aunque ese discurso enviado a la Cancillería
no haya sido publicado hasta ahora oficialmente por un olvido momentáneo de las
reglas del estado de derecho que implica la publicidad de todos los documentos,
él entrañaba un compromiso de honor del Perú. A él me ceñí en toda mi gestión formando
parte de una Comisión de conciliación integrada por los Cancilleres de Colombia,
que era al mismo tiempo Presidente de la Comisión General, de México,
Venezuela, Honduras, Ecuador, Bolivia y Perú. En esa comisión se gestó, por
este grupo de Cancilleres, una moción de conciliación ampliamente
satisfactoria. Después de varios días de discusión se produjo repentinamente
una reunión distinta en la que se presentó una moción que contenía los puntos
básicos de solidaridad, no intervención y defensa de la democracia, pero que
usaba los términos de “condenar” y “reprobar” a alguno de los gobiernos en
conflicto sin que hubiera mediado, como en el caso de la República Dominicana,
Comisión investigadora y procedimientos probatorios. No me era dable como
Canciller del Perú que había empeñado su palabra en pro de fórmulas de solidaridad
y de conciliación firmar una Declaración que contradecía mis propias
afirmaciones. La situación hubiera podido resolverse fácilmente como lo ha
declarado el comentarista norteamericano Walter Lippmann al afirmar que el
único posible y provechoso resultado de la reunión de San José y el que más
hubiera servido los grandes intereses de la democracia continental habría sido
el de la conciliación.
Como no me era dable retirar mis palabras
y afirmaciones de Lima y de San José ni los deberes de mi conciencia decidí de
conformidad con el Reglamentos de la Reunión de Consulta autorizar al Embajador
Don Juan Bautista de Lavalle para que sin las trabas que a mi me lo impedían,
firmase la declaración de San José de Costa Rica, de conformidad con las
instrucciones del Gobierno del Perú.
Al regresar a Lima puse a disposición de
Ud. la cartera de Relaciones Exteriores habiendo tenido el Señor Presidente la
gentileza de pedirme reiteradamente en estos días que continuase mi
colaboración al lado suyo. No siendo esto posible dadas las nuevas
orientaciones del Gabinete en la política interna o internacional, y las
interferencias en esta de personas que la Constitución no autoriza, considero
de mi deber dejar al Señor Presidente en libertad para seguir los rumbos que
considere más convenientes y le presento renuncia (mi) irrevocable del cargo de
Ministro de Relaciones Exteriores.
Cumplo con dejar testimonio de la
constante preocupación patriótica del señor Presidente de la República al
dirigir las relaciones internacionales y de la voluntad con que en más de dos
años he servido incansablemente, aun con daño de mi salud, esos propósitos
encaminándolos siempre a la mayor dignidad del Perú. Los que seguiré sirviendo
con igual empeño en el Senado de la República y en la cátedra libre de las
Universidades, como lo he hecho durante toda mi vida con absoluto desinterés y
sin ambición política alguna.
Reitero a Ud. este motivo, los
sentimientos de mi más alta deferencia.
Raúl Porras Berrenechea.